Recuerda que si alardeas, con palabras o pensamientos, que has hecho algo bueno por tu prójimo, cortas el flujo de energías que vienen a ti desde el mundo superior. La humildad es el mejor método para acercarse a Dios, para manifestarlo, para expresar el bien depositado en nuestras almas, para desarrollar nuestros dones y habilidades.
Que vuestros estudios, vuestro trabajo, vuestros grandes deseos y ambiciones tiendan a manifestar lo Divino puro y no vuestra propia gloria… Todo lo bueno que puedes lograr, todos los dones que puedes destacar son la expresión del pensamiento de Dios.
El hombre puede poseer una gran cantidad de conocimiento, pero si es vanidoso, orgulloso, parece un ser perdido por fuerzas oscuras y negativas. Sólo a partir de la humildad es que nacen las grandes virtudes divinas, a lo cual el alma y el espíritu aspiran. Sólo el ser humilde puede ser verdaderamente espiritualizado y profundizar el poder del amor, la fuente eterna de toda vida, bondad y belleza de la grandeza de la creación.
La expresión suprema de humildad es el profundo deseo de cumplir la voluntad de Dios, de glorificar constantemente al Señor, de vivir por él y de servirle.
Eleva la mirada hacia el cielo y agradece con toda tu alma por los grandes bienes que se te han dado. Quienquiera que conozcas, ve en él la presencia de quien creó el universo. Ver en todos, la presencia de Dios. Incluso durante las mayores contradicciones y pruebas, recuerda que el principio divino funciona en ti, en todos, y para el bien.
Dios vive en el corazón de los humildes.
El hombre humilde asciende para medir las alturas, y el orgulloso desciende para medir el abismo. El primero se dice a sí mismo: “¡Qué alto es la cima de esta montaña!” El segundo: “¡Qué profundo es este pozo!”
Beinsa Douno.