El discípulo sólo ha de beber el agua pura del manantial. Para él, será preferible quedarse con sed antes que beber el agua impura de cualquier fuente.
Sólo el sediento encontrará el manantial de la montaña. Sólo el discípulo encontrará a su Maestro. Sólo el discípulo permanecerá con su Maestro.
Cuando el discípulo comprende correctamente a su Maestro, está preparado para recibir y entonces se le dará.
El discípulo es estricto consigo mismo. Él se impone su propia disciplina. De otra manera, se caería en la violencia. Nada debe ser impuesto. Todo cuanto haga estará de acuerdo con su libertad interior.
Cuando el árbol puede dar fruto abundante, el jardinero lo cuida con alegría y el cielo le envía generosamente sus rayos solares y la buena lluvia.
Cuando el discípulo cuida y valora lo que recibe del Maestro, en éste aumenta el deseo de descubrirle todavía nuevas cosas.
Los rayos solares penetran en la habitación cuando las ventanas están abiertas. Todo discípulo que se esmera cuenta con la buena disposición del Maestro.
El Maestro habla a su discípulo, clara y abiertamente. El discípulo recibe la palabra sagrada del Maestro y la guarda en lo profundo de su alma.
El Maestro habla con cada discípulo de diferente manera. El manantial da agua para cada uno, de manera especial. Así, el Maestro es uno para todos.
Del manantial muchos pueden beber sin molestarse mutuamente. Pero, cuando muchos quieren beber de un botijo, aparecen las contradicciones, las interferencias y las discusiones.
El Maestro lo es para todos, pero el discípulo puede ganar la dedicación de su Maestro con su tenaz y franca acción, expresando a Dios en sí mismo.
Cuando el discípulo es franco, el Maestro es suave con él; pero, cuando no lo es, el Maestro se torna severo.
La franqueza es una condición indispensable para que haya resonancia entre el Maestro y el discípulo.
Sólo mediante la franqueza, el Maestro puede dar y el discípulo recibir.
Cuando el Maestro enseña a su discípulo, éste no debe pedir nada. Sólo debe escuchar y comprender correctamente. El Maestro le dará su enseñanza en el momento preciso.
Cuando el Maestro habla, el discípulo debe callar. Cuando el Maestro calla, el discípulo está siendo examinado. El arte más bello, ése que el discípulo debe ejercitar, es callar y escuchar.
El Maestro pone una hilera de preguntas para que el discípulo discierna.
No las explica, porque todo lo que se explica pierde su pureza. ¿Cómo podría explicarse lo más Grande en la vida?
Beinsa Douno.